martes, 2 de junio de 2009

Fotos a La Ventana


Fotos desde una ventana a La Ventana. Así podría resumir o incluso titular la experiencia que viví el 13 de junio de 2008. Era viernes y hacía calor. A las tres del medio día debía estar desalojado, por motivos de seguridad, todo el recinto de la Exposición Internacional del Agua. Al día siguiente se abrían en Zaragoza las puertas de la Expo 2008. Yo trabajaba en el departamento de comunicación del Pabellón de España y a las dos de la tarde, los empleados de seguridad, nos recomendaron abandonar el lugar. Que te manden a casa a mitad de tu jornada laboral es motivo de alegría para cualquiera. Sin embargo yo tenía una especie de misión que cumplir. Sabía que esa tarde se abría una ventana muy especial en Zaragoza. Concretamente en algún punto del meandro de Ranillas, cubierto recientemente de cemento y arquitectura extrema.
Tras algunas llamadas supe que estaba previsto abrir la Ventana desde alguna de las numerosas terrazas que adornaban los edificios y pabellones de la Expo. Aquello iba a ser como encontrar una aguja en un pajar. Varias decenas de terrazas y muchas preparadas para emitir programas de Radio y TV. Claro, al día siguiente se inaguraba la dichosa Expo, que era el acontecimiento del fin de semana. Por suerte para mis sofocada búsqueda de la terraza correcta, y a pesar del solazo veraniego de Zaragoza, ese día soplaba el cierzo. Y vaya si soplaba. Resulta que cuando encontré la supuesta terraza, desde donde mi admirada Genma iba a abrir su Ventana, el cierzo soplaba demasiado fuerte, un técnico que pasaba por ahí me dijo habían decidido no emitir el programa desde la azotea a causa del viento. Por eso, la búsqueda continuaba, debía seguir buscando el lugar donde se iba a abrir La Ventana, sin ser descubierto por las patrullas de Policía Nacional y de Seguridad Privada que recorrían el, supuestamente desalojado, meandro de Ranillas.
Eran ya más de las tres del medio día, hora en la que no debería quedar ninguna persona no autorizada dentro de la Expo. Yo, a pesar de tener mi acreditación, no estaba autorizado para estar allí en ese momento, pero sabía que La Ventana se abriría en menos de tres cuartos de hora desde un pequeño estudio de radio situado en el Pabellón de Zaragoza. Esa era, al menos, la última información que había conseguido. Tras jugar mi ultimo cartucho complacido y no poder asegurarme la asistencia, el programa estaba a punto de comenzar, debo esperar fuera. Conecto mis auriculares. sintonizo la frecuencia 93.5 de la FM en mi nuevo móvil de empresa y espero a que aparezca alguien detrás de la catenaria que impide el acceso al pabellón de Zaragoza.
Por fin nuevas noticas. Con suerte podré estar un rato mirando cuando se despeje, me dice una chica de producción. Hay mucha gente y es un estudio muy pequeñito, me dice amablemente. Yo, en un intento por dar cierta lástima, le suelto el rollo de la devoción profesional y admiración que siento por Genma, y que era una plumilla, un currela más del pabellón de enfrente (literalmente hablando). Mi única intención era la de ver en directo como se abre esa Ventana por la que me asomo a diario, como tantos otros "oyentes". Término al que le tengo mucho apercio. Me encantaría ser un "oyente" de esos, como nos llama Genma y por fin, poder mirar por una pequeña ventana y ver, además de oír, lo que pasa en La Ventana. Después del boletín de las cinco escucho a Fernando Delgado, mientras espero apoyado a una barandilla frente a la entrada del pabellón local, dejando que se caliente mi cara con el calor del sol. Al rato aparece de nuevo la chica de producción para decirme que igual hay que esperar un poco más.
Me acerco a la catenaria a escuchar sus palabras. Yo, como buen periodista novato y fanático de la Ventana, estaba dispuesto a esperar lo que fuera necesario. Le doy las gracias y pienso que escucharé la segunda hora de Ventana tomando el sol. Cuando tornaba mis pasos de vuelta a la soleada barandilla, Patxi Mangado, invitado al progarma, cruzó la escena como un rayo. Al llegar al umbral de la puerta del pabellón se giró, vino hacia mí como dudando y me preguntó: ¿Tú eres del equipo de Pedro (Molina, mi jefe en ese momento), no?. Yo, incrédulo, respondí afirmativamente con un tímido: Sí, sí. Patxi es el arquitecto del Pabellón de España y nos habíamos cruzado varias veces. Incluso le había hecho una entrevista hacía algo más de un més. Vaya que le tenía que sonar mi cara por una cosa o por otra. Me faltó tiempo para estrechar lazos con tan ilustre invitado, haciéndole saber que mi madre y él eran paisanos de Estella. Este comentario le sorprendió y le agradó a la vez, o por lo menos esa fue la impresión que me dio. Vaya, que si para colarme en La Ventana debía dejar de ser medio maño y medio estellica y ser el más estellica del la Expo, exceptuando a don Patxi Mangado, estellica éste sin igual, pues ahí estaba yo. Mangado me dió un abrazo cuando terminó de reconocerme y yo intenté entrar con él. De echo fue el quien le comentó algo a la amable chica de producción. Creo que fué así como conseguí colarme y poder sacar a través de no una, sino dos ventanas, las fotos que tanto quería sacar de la Ventana.
Es emocionante ver como se hace un programa de radio que escuchas a diario. La comunicación silenciosa, a través de gestos y miradas que fluye entre el control de sonido y la presentadora. El lenguaje corporal de ésta al entrevistar a los invitados. La cara de algunos entrevistados menos acostumbrados a atender a los medios de comunicación, al ver en marcha semejante despliegue. Los colaboradores esperando para intervenir en su espacio. Descubrir todas esas cosas que al ser solo un "oyente" te tienes que imaginar. Parece que se pierda la magia de la radio, pero me encantó hacerlo. Fue como un subidón constante. Un cosquilleo recorría mi cuerpo desde los pies hasta la cabeza. Desde hacía tiempo, años, quería ver a Genma Nierga en acción. Gracias. Muchas gracias, a Patxi Mangado, a la chica de producción de cuyo nombre no puedo acordarme, a Placido y a Genma. De verdad, os lo agradezco mucho.
El estudio era realmente pequeño. Yo estaba detras de una ventana que daba al control de sonido, desde donde se veía el estudio a través de otro ventanal, intentando sacar fotos evitando el doble reflejo de tanta ventana. A mi lado había una chica joven con coletas. Me presenté y le ofrecí un auricular para que pudiera escuchar el programa. Aceptó y me dijo que la iban a entrevistar en un rato. Le pregunté el motivo y me contó que estudiaba interpretación y que su trabajo ese verano era meterse en el disfraz de Flubi, la mascota de la Expo, que se supone, representa una gota de agua. Reconoció estar algo nerviosa. Yo la envidiaba y se lo hice saber. Luego apareció un grupo de niños. Y pensé: ¡Bien, vuelve la Tertulia de Niños! Aunque parecían la típica excursión escolar, de esas que invaden cualquier museo o granja escuela con gritos, carcajadas y persecuciones varias, pero en seguida, creo que fue la chica de producción, les advirtieron que debían esperar en silencio y tranquilitos. Eran un coro y tenían previsto cantar en el programa la canción de Bob Dylan que Amaral había versionado como himno de la Expo. Reconozco que cuando la cantaron se me puso la piel de gallina.
La tercera hora de programa comenzó en la azotea, que la verdad, puestos a abrir una Ventana en Zaragoza, desde ahí arriba había unas vistas bastante más espectaculares. El Ebro bajando crecido, al fondo se levantaba la imponente estación Delicias, también se divisaba el, llamado cariñosamente por los obreros, Puente de la Mora o Pabellón Puente, y el resto de edificios emblemáticos de la muestra. Ahí arriba, a pesar de haber dado una pequeña tregua para abrir la ventana unos instantes, el cierzo seguía soplando. Tras la intervención de Jauma Figueras y la entrevista con el director del Circo du Solei, encargado de El Despertar de la Serpiente (un desfile diario durante la Expo), todo el equipo volvió a trasladarse al pequeño estudio del principio. Era demasiada jeta intentar de nuevo colarme en el pabellón de Zaragoza para ver la última media hora. Sin embargo no pude resistirme a preguntarlo, pero nada. Ya había tenido suficiente subidón, había disfrutado de lo lindo. Eran más de las seis y media de la tarde y no había comido nada todavía. Salí orgulloso de la Expo y me dirigí a casa de un colega que vive a lado del meandro. Llamé al timbre del portal con un litro de Ambar, para celebrar mi conquista, y le pedí que me diera algo de comer y de fumar, por favor. A lo que me respondió, anda sube, canalla.

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