sábado, 5 de septiembre de 2009

¡GRACIAS BERNARDO!

Siempre he tenido una curiosa admiración por el mundo taurino, por las vaquillas, por el toro, ese poderoso animal, que si de mi hubiera dependido lo habría nombrado el rey de la selva. El caso es que desde crío siempre me llamó la atención este ambiente. Cuando tenía unos 5 o 6 años recuerdo que ya veía las corridas de toros por la tele y envidiaba la figura del torero, la del banderillero y la del picador. En menor medida la de los subalternos, aunque también hubiera querido ocupar su lugar. Lo que yo pretendía era estar cerca de tan majestuosos animales. Y esa gente, empezando por el matador y acabando por los mulilleros, eran los que más se aproximaban al toro y a todo su poderío. Enseguida aprendí a imitar todos los tercios del festejo y también imaginaba a la bestia corriendo y moviéndose a mi alrededor. Con esa edad no podía ni imaginarme el enorme tamaño de los morlacos, que vistos por la tele parecía que apenas llegaban a la barriga del torero. A mi familia le hacía gracia esta admiración que sentía y pensaban que igual quería ser torero. Incluso me regalaron un traje de lentejuelas, con el que me encerraba con 6 toros imaginarios en una plaza improvisada en el salón de casa. A mi me hace gracia ahora.


No recuerdo exactamente cuando vi mi primer encierro de Fiestas de Estella, pero lo que sí que recuerdo es madrugar con gusto para verlos desde el balcón de casa de mi abuela. Supongo que la mayoría de niños y niñas estellicas han sido despertados alguna vez por algún familiar para presenciar este acontecimiento que separa la noche festiva del día festivo. Así empecé yo con mi afición por la carrera matutina, hasta que poco a poco era yo el que despertaba a la familia para ver el encierro.


Luego descubrí el encierrillo y poco más tarde descubrí los encierros de Pamplona, ¡qué se podían ver por la tele! Incluso había encierros en otros pueblos y ciudades. Así que olvidé mi carrera de torero, que me parecía demasiado arriesgada, para centrarme en los encierros. Esta carrera me fascinaba, era lo que siempre había soñado. El pueblo llano podía tener su rápido encuentro con el toro. Y no solo con uno, si no que con toda la manada. Era maravilloso, 9 morlacos acompañados por cabestros, atravesando las calles de la ciudad hasta llegar a la plaza de toros. Y delante, detrás y al rededor una multitud de lo que yo consideraba valientes afortunados corriendo junto a las bestias. Les envidiaba.


Desde mi Zaragoza natal no podía compartir con mis amigos mi afición por los encierros de Estella (y Pamplona). Normal, eramos niños de 10 años y no compartían mi, puede que algo exagerada, admiración, y tras cada carrera montaba yo mi propio encierro en casa. He usado todo tipo de muñecos, peluches, clips, Yia yous... Reproducía el recorrido con las vallas de una granja de juguete que tenía mi hermana y ponía a los corredores esperando a la manada a lo largo del vallado, que conducía yo con mis propias manos.


Hace doce años, si la memoria no me falla, durante unas Fiestas de Estella, un primo de mi madre me preguntó si había corrido delante las vacas alguna vez. Yo, como chaval de 14 años, y a pesar de mi gran afición nunca había corrido a menos de 50 metros de la manada. Levanté ligeramente la cabeza y le miré con una mezcla de admiración y cierta vergüenza, a la vez que meneaba la cabeza negando. Enseguida me propuso correr con él a la mañana siguiente. Supongo que mi cara en ese momento tornó de poema melancólico, tras la primera pregunta, a canción alegre tras su propuesta. Por fin iba cumplir uno de mis sueños.


Casi todo el mundo tiene un padrino que le ha introducido en su mundo laboral o en actividades de ocio, o en ritos culturales, hábitos buenos y malos,etc. Yo puedo decir que he tenido un gran padrino en los encierros de Estella. Bernardo Lacarra. Me acuerdo perfectamente de esa primera mañana. La noche anterior me había acostado más temprano y me levanté con tiempo para desayunar y prepararme para mi cita. Pantalón blanco más o menos limpio, camiseta blanca inmaculada y la faja y el pañuelico rojos. El punto de encuentro era la calle Mayor, a la altura del Bar La Moderna, saliendo por la Calle del Comercio, junto al escaparate de la tienda de deportes. Por supuesto estaba algo nervioso, pero Bernardo enseguida me tranquilizó con sus explicaciones sobre como afrontar la carrera. A pocos minutos del cohete que marca la salida de la manada, los nervios están a flor de piel. Se respira tensión, incluso entre los veteranos, a los que mi padrino saluda cordialmente.


Recuerdo todas esas directrices antes mi primer encierro. La posición: con el brazo que sujeta el periódico detrás y el otro delante y firme, para apartar a posibles corredores rezagados. Y siempre mirando hacia delante y hacia atrás. Pero el momento crítico es esperar a la manada. Hay que controlar por donde se acerca y como viene, si junta o separada. Para eso y para aliviar los últimos nervios antes de echar a correr, se pegan esos saltos verticales en plan guerrero africano... Cuando las vacas están a unos diez metros hay que empezar a mover las piernas hasta alcanzar un ritmo algo superior al de la manada, es como bombear adrenalina directamente al corazón. Mueves las piernas cada vez más rápido hasta llegar a una especie de subidón, que se produce en el momento en que encuentras tu sitio delante de las astas y corres como el viento durante unos instantes en que no hay nada mas que tu y el animal persiguiéndote. Es lo único en que piensas, la cabeza hacia delante y hacia tras y correr, correr hasta que casi no puedas más y apartarte hacia un lado dejando sitio a otros corredores.


Es un momento indescriptible, efervescente e imprevisible. Sin embargo cuando suena el cohete empieza la adrenalina. Segundos antes de ver a la manada, visualizas la carrera perfecta. Imaginas que las vacas no irán muy deprisa para poder aguantar la carrera lo más posible. Deseas que vayan algo sueltas y que será fácil encontrar un sitio donde colocarte. Y que no habrá codazos con otros corredores, ni tropezones y por supuesto ningún otro incidente. Pero eso dura un instante. ¡Ya vienen, ya están ahí! Y tu encierro empieza.


Desde aquella mañana de agosto he procurado correr todos los encierros y encierrillos que me ha sido posible. Al principio con Bernardo, siempre en nuestro tramo de la Calle Mayor, desde la Calle Comercio hasta casi la plaza Santiago. Luego probé otros tramos, con otros corredores, compañeros y amigos. Cada uno tiene sus características y hemos compartido grandes momentos. Pero el recorrido que me dio a conocer mi padrino taurino es especial. Apenas corre gente y estás prácticamente tu solo con los animales. Lo que siempre había querido. Por no comentar que los balcones de casa Albizu dan a ese mismo tramo.


Ahora, estando lejos de la tierra, aún recuerdo con más cariño y nostalgia los encierros de Estella. Desde la lejanía tengo la duda y las ganas de poder aparecer el viernes anterior al primer fin de semana de agosto en Tierra Estella. Las fiestas son un compendio de actividades, personas queridas y momentos de alegría, pero las carreras delante de las vacas son una de las citas que no se pueden dejar pasar, sobre todo una vez que se ha sentido esa indescriptible sensación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario